Las pinturas de Sert en la Catedral de Vic
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Ponente: Ángel Mazo da Pena
Vídeo con la conferencia
Las pinturas de J. M. Sert en la Catedral de Vic
Podéis encontrar todo el relato de esta conferencia en el siguiente enlace: Sert en la Catedral de Vic.
José María Sert pintó dos veces el interior de la Catedral de Vic porque la primera decoración se perdió en 1936 al quedar destrozada por un incendio que, en los primeros días de la guerra, causaron unos anarquistas. En mi opinión, tal barbaridad y desgracia supuso –irónicamente- una cierta suerte para todos nosotros, ya que la segunda colección de lienzos murales es de una calidad muy superior a la de los primeros (en realidad, Sert no trató de reproducirlos ya que la temática, el estilo y el colorido empleados completamente distintos).
Opino también que es claramente una de sus mejores obras, entre las muchas que tiene en unas cuantas importantes ciudades del mundo y, desde luego, la última relevante que pudo llevar a cabo antes de su fallecimiento en 1945 (la inauguración, de hecho, tuvo lugar en 1947).
El conjunto es espectacular, muy distinto a cualquier otro interior de catedral que podamos conocer. Sorprende y maravilla al instante a quien accede a él, por familiarizado que esté con el arte; uno siente de inmediato el impulso de recorrer los laterales, ábside, etc. en orden para no perderse nada examinando cada tema expuesto y dejándose llevar por la multitud de emociones que inevitablemente suscita en el ánimo. Es fabuloso.
No se trata, en absoluto, de un ambiente que invite de modo clásico al recogimiento y la oración (lo que espera uno encontrar en cualquier templo), pero está claro que rezuma magnificencia mientras requiere solemnidad y, diría yo, hasta música a todo volumen… Asimismo, la luminosidad es tan grandiosa como las dimensiones, y cada lienzo nos lleva a la meditación de algún aspecto en particular… Con todo ello, en definitiva, el espíritu tarda poco en elevarse y relajarse a un tiempo, pero de modo distinto a otros templos, por mucho que los escorzos de algunas figuras y la violencia de algunas escenas muevan aparentemente a lo contrario.
Todo está lleno de cuerpos desnudos, musculosos, ocupados en distintas tareas en torno a gigantescos bloques de piedra que sujetan algunos solidariamente o parecen volar; otros cuerpos descienden a toda prisa, atropelladamente, por escaleras –de piedra o madera- que a ningún sitio se dirigen; hay cuerpos que recuerdan árboles, que ven mutadas sus extremidades en colas de serpiente; colosales cortinajes rojos de extraña utilidad que se presentan desplegados de una manera cualquiera, siempre acertadísima. Nada parece resignarse a quedarse sobre el muro, es un relieve continuo e inevitable, muy pronunciado. Se ven nubes tan densas que parecen suficientemente sólidas como para apoyarse en ellas; objetos como libros, martillos o llaves, de un inmenso tamaño, poco a propósito de nada pero muy sugerente; fieros animales, brutales martirios… todo un derroche de fuerza digno de ser contemplado y propio para mover primero a admiración, luego a emoción y finalmente a devoción.
Es una auténtica explosión, no sé si ordenada o desordenada, que nunca deja indiferente a nadie. Se trata de algo que hay que ver. Como ahora no podemos salir de nuestras casas, lo mejor es conectarse por Zoom con el Ateneo Escurialense y dejar que os lo muestre alguien de ese mismo pueblo, orgulloso de él, entusiasmado con la obra de Sert hasta el punto de que describe todo lo anterior sólo con los recuerdos infantiles que conserva de cuando asistía allí a misas dominicales y otras ceremonias religiosas.